Una de las más populares series de dibujos animados o cómics, es "El correcaminos" producida por la Warner Brothers desde 1949. Esta serie tiene una particularidad, es absolutamente económica en recursos, transcurre siempre en el mismo escenario, un desierto con una eterna carretera que lo atraviesa, no tiene diálogos ya que su protagonista apenas emite un sonido parecido a la corneta de una motocicleta "bip-bip", (si no fuera por la intervención esporádica del locutor sería muda), apenas cuenta con dos personajes y el argumento invariablemente es el mismo: los intentos fallidos por parte del co-protagonista (Carnivorous Vulgaris) por cazar al correcaminos (Accellerattius Incredibilis).
Sin embargo, es uno de los programas más vistos en el género de los dibujos animados, ¿cuál es su encanto? Pienso que todo se debe a la presencia del segundo personaje en discordia, un escuálido y truculento canino, el Coyote. No creo que haya una caracterización más paciente, abnegada y aporreada en la historia del cómic, que este flaco y desgarbado Coyote, un ser que tiene una sola razón para vivir, atrapar y almorzarse al rápido y desenvuelto correcaminos.
Ignoro si a otros seguidores de la historia, les acontece lo que a mí, que terminé siendo un fiel admirador del aparente villano del cuento, quien luego de ensayar trucos, emboscadas y trampas, termina estrellado, golpeado y herido severamente por caídas y explosiones. Sin duda la tenacidad y constancia del Coyote no tiene par, pero todavía no recibe su ansiado premio. El Correcaminos por su velocidad y simpleza no pasa de ser un pretexto en la puesta en escena, la verdadera estrella con su gama de interpretaciones (desde el malvado conspirador hasta el payaso trágico), es el Coyote. Su caracterización muda en palabras pero rica en expresiones faciales le valdría un premio al mejor actor, pero nadie se lo reconoce, su destino es terminar siendo la maltrecha víctima de sus complejas maquinaciones.
Pobre Coyote, termina uno suspirando, ojalá algún día pueda por lo menos darle un buen susto al cínico Correcaminos, no digo que se lo coma (porque ahí terminaría la historia), pero si por lo menos borrarle por un momento su triunfante expresión.
Sin embargo, hay una pregunta irresoluta, una especie de duda eterna que algunos espectadores se formulan frecuentemente. ¿Por qué si el Coyote puede darse el lujo de costearse los más intrincados artefactos marca ACME, que le llegan por correo certificado, no puede ir un día al restaurante más cercano y pagarse un buen churrasco o por lo menos un crocante pollo frito?. Creo imaginar que puede tratarse de un solitario millonario del desierto, muy parecido a cierto terrible personaje de la vida real, que le gusta gastarse su dinero en armas y dinamita, convirtiéndose él mismo en su principal víctima.
Pero sin entrar a juzgar las razones de los hombres ni resolver en este espacio problemas socio-políticos, en el caso del Coyote, hay un motivo que trasciende la posibilidad de degustar un pernil del Correcaminos, pienso que este patético personaje sabe a la perfección que con cada porrazo sufrido, nos dibuja una sonrisa. Por ello, en agradecimiento seguiremos combinando carcajadas con suspiros nostálgicos, con los nuevos golpes que reciba este viejo Coyote.
Gracias Dixon Moya, Bogotá.
Sin embargo, es uno de los programas más vistos en el género de los dibujos animados, ¿cuál es su encanto? Pienso que todo se debe a la presencia del segundo personaje en discordia, un escuálido y truculento canino, el Coyote. No creo que haya una caracterización más paciente, abnegada y aporreada en la historia del cómic, que este flaco y desgarbado Coyote, un ser que tiene una sola razón para vivir, atrapar y almorzarse al rápido y desenvuelto correcaminos.
Ignoro si a otros seguidores de la historia, les acontece lo que a mí, que terminé siendo un fiel admirador del aparente villano del cuento, quien luego de ensayar trucos, emboscadas y trampas, termina estrellado, golpeado y herido severamente por caídas y explosiones. Sin duda la tenacidad y constancia del Coyote no tiene par, pero todavía no recibe su ansiado premio. El Correcaminos por su velocidad y simpleza no pasa de ser un pretexto en la puesta en escena, la verdadera estrella con su gama de interpretaciones (desde el malvado conspirador hasta el payaso trágico), es el Coyote. Su caracterización muda en palabras pero rica en expresiones faciales le valdría un premio al mejor actor, pero nadie se lo reconoce, su destino es terminar siendo la maltrecha víctima de sus complejas maquinaciones.
Pobre Coyote, termina uno suspirando, ojalá algún día pueda por lo menos darle un buen susto al cínico Correcaminos, no digo que se lo coma (porque ahí terminaría la historia), pero si por lo menos borrarle por un momento su triunfante expresión.
Sin embargo, hay una pregunta irresoluta, una especie de duda eterna que algunos espectadores se formulan frecuentemente. ¿Por qué si el Coyote puede darse el lujo de costearse los más intrincados artefactos marca ACME, que le llegan por correo certificado, no puede ir un día al restaurante más cercano y pagarse un buen churrasco o por lo menos un crocante pollo frito?. Creo imaginar que puede tratarse de un solitario millonario del desierto, muy parecido a cierto terrible personaje de la vida real, que le gusta gastarse su dinero en armas y dinamita, convirtiéndose él mismo en su principal víctima.
Pero sin entrar a juzgar las razones de los hombres ni resolver en este espacio problemas socio-políticos, en el caso del Coyote, hay un motivo que trasciende la posibilidad de degustar un pernil del Correcaminos, pienso que este patético personaje sabe a la perfección que con cada porrazo sufrido, nos dibuja una sonrisa. Por ello, en agradecimiento seguiremos combinando carcajadas con suspiros nostálgicos, con los nuevos golpes que reciba este viejo Coyote.
Gracias Dixon Moya, Bogotá.